TRIGUEIRINHO: Luz
sobre la Tierra
Huracanes,
inundaciones y terremotos han ocurrido constantemente en varias regiones de la
Tierra. De muchas maneras esos desastres pueden ser afrontados. Desde cierto
punto de vista, se puede decir que la vida materializada en los lugares donde
ocurren es liberada para otras dimensiones de existencia. Es una limpieza que
permite posterior renovación de la Naturaleza, tan agredida por el hombre.
También en cuanto a las personas que sufren esos desastres, se puede decir que
son liberadas de condiciones indeseables para el Espíritu.
La
Naturaleza, como Entidad inteligente, es capaz de destruir todo lo que no
sirve, que está desactualizado o que afronta o que afronta la integridad del
Espíritu. El desenvolvimiento de la consciencia planetaria, como un todo, no puede
ser retrasado por circunstancias creadas por la presente civilización —
condiciones infrahumanas de vida, de habitar, de abastecimiento; lazos
afectivos viciados, inferiores al estado que las almas están preparadas para
manifestar; anhelos egoístas de satisfacción de deseos sin tener en cuenta a
los demás ni al medio ambiente. Así, los desastres son un medio drástico de
purificación.
En
esas manifestaciones de la Naturaleza — de las cuales pocas áreas del planeta
están libres en esta época — no hay conceptos morales o sociales comunes; ellas
limpian, transforman, remueven, disuelven lo que es negativo, con grande y
profunda repercusión en los seres. Los principales efectos de una experiencia
fuerte como esa se da en lo interior de las personas, en lo íntimo de su ser;
no siempre se revelan. Cuando la destrucción es vasta, puede haber también
profunda limpieza en el espacio etérico, con la colaboración de los vientos y
las aguas. En tiempos normales eso no es posible en gran proporción.
Hay
lecciones a aprender con esos acontecimientos, cada vez más frecuentes y
numerosos. Una de las primeras es que, por ley, la Naturaleza recupera el
espacio que le fue usurpado por el hombre. Así, tienden a retornar al curso
natural ríos cuyo trayecto fue mudado en nombre de la comodidad, del lucro o de
mayor beneficio por parte de poblaciones que normalmente desperdician agua y no
adquieren hábitos superiores de higiene. Otra cosa que se puede observar es con
la que mucho se tiene que aprender: en las destrucciones de bosques por los
vientos, los árboles nativos han demostrado ser los más resistentes. Los que
caen enseguida han sido los transplantados de otras regiones por el hombre, los
que componen reforestaciones realizadas casi siempre por falsos intereses.
Las
ayudas humanitarias ejercidas en esas ocasiones son una oportunidad de
equilibrio, esto es, países que robaron a otros son llevados a devolver parte
de los bienes en forma de donaciones, aunque en general esa parte sea mínima en
proporción a los desvíos pasados. Gestos de auxilio alivian deudas de un pueblo
para con otro y de un individuo para con otro. La recuperación de las áreas
destruidas implica el ejercicio de la solidaridad, y pocas ocasiones se
presentan tan propicias para el florecimiento de esa virtud como las de los
inevitables desastres naturales.
¿Pero
por qué las personas no perciben internamente el peligro que se avecina? ¿Por
qué son cogidas por sorpresa, cuando podrían prepararse mejor o huir de esos
desastres? La respuesta es que, aunque avisos generales siempre hayan sido
dados, aunque hace siglos se vengan anunciando las transformaciones por las
cuales la Tierra pasará y aunque últimamente tales avisos hayan sido
detallados, poca importancia les es dada. El comportamiento no cambia, los
malos hábitos permanecen, todo prosigue como siempre. Y, por no tener en
consideración esos avisos, las personas pierden el derecho de intuir la hora de
la llegada de los desastres, para que se resguarden hasta cierto punto.
Extraído
del boletín “Señales de Figueira”, de Trigueirinho
Irdin Editora
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